Tantas horas de espera, y pronto nos llegó el almuerzo. Para
nuestra suerte (la de Krystal, Keila, el
Profe y la mía), el segundo almuerzo. Más cena que almuerzo. Sobró
guarnición. En medio de la fogata invisible (ocupamos una parcela privilegiada
en el suelo del Aeropuerto de Caracas), echados en un círculo, los platos
sucios a nuestro alrededor, en la calidez del aroma a kétchup recién untado,
surgió mágicamente lo que desde hace rato quería escuchar. Chávez. Los códigos.
Las leyendas. Llevaba tiempo esperando el avión, pero más aún las palabras.
En medio de una campaña política, de la lucha contra el
cáncer, hay gente que susurra con cautela el nombre del presidente venezolano,
casi entre dientes. Hay quienes voltearon al escuchar la palabra camarada, “porque así les dicen a los
chavistas”, me explicó el Profe
(típico venezolano agraciado). Mucha gente se refiere a sus amigos de esa
manera. Supongo que es un chiste aceptado, o una realidad cruel e irónica. Conviasa
–la línea aérea- no anunciaba mi vuelo aún, tenía tiempo para digerir lo que
seguía:
“Tengo un conocido, más bien, sé quién es… un brujo, muy
famoso en Venezuela. Chávez fue a consultarle no hace mucho tiempo. Mandó a
realizar una ceremonia. Pagó dos millones de dólares por matar dos tigres
blancos –seres nativos, en extinción, por cierto-. Se bañó en su sangre. Porque
de esa manera, se supone que no morirá”.
Es la magia de sentarse en círculo. La confianza crece y
salen a relucir los mitos. El mito popular. No sé por qué, pero me lo creo.
Todo, hasta la parte de “no morirá”. En cierto sentido, ese señor no piensa
morir, es como Fidel. O como el perro de Piria*, que decía no iba a morir sin
que su dueño lo anunciase. También él creía en la magia, especialmente en la
alquimia. Ahora no recuerdo si fue el Profe o el tío de Daniela quien me contó
primero esta historia, pero me quedó en la cabeza por mucho tiempo. Todo cuanto
viene de una cultura diferente me abre mundos paralelos. Me abre el apetito.
Ahora sigo esperando el avión de regreso a Caracas.